Viajar es emocionante, ya lo había hecho muchas veces en mi cabeza, mientras leía un libro, miraba un documental o simplemente fantaseaba en mi propia nube personal.
Por eso ese viernes de enero lluvioso, al llegar al aeropuerto no me lo creía, al pasar aduanas y migración tampoco asumía que era real, todo lo veía distante, desde arriba de mi cabeza, como si fuera a otra persona que le estuviese ocurriendo aquello.
Cuando en verdad me di cuenta fue, sentado en el avión vi que nos elevábamos y alcancé a ver las luces que iluminaban la ciudad haciéndose cada vez más pequeña.
La alegría me invadió y me encomendos los santos, finalmente estaba volando a otras tierras, me esperaba una aventura totalmente nueva en mi vida. Paginas en blanco para ser llenadas, nuevos recuerdos, caras, personas. En fin, ya nada seria igual, expendería mi mente y mi corazón en tiempo real, en carne y hueso, me sentía muy pero muy agradecido de Dios y la vida por esta oportunidad.
Y comenzó el paseo por las nubes, el avión en ningún momento me dio miedo, estaba relajado y con la adrenalina a mil. Llegamos tempranito en la mañana, cuando Salí de migración me esperaba Carlos. Un amigo que se ha ganado a pulso el titulo de hermano.
Después de los respectivos abrazos salimos a respirar el frío aire de Boston que me recibía. Si era cierto, ya estaba allí. Lo procesaba y al mismo tiempo le daba update a mi cerebro de que ya había llegado a mi destino y nuevas historias me esperaban. Tome mi equipaje y salí del aeropuerto con una enorme sonrisa dispuesto a disfrutar cada momento que la vida me brindara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario